En el ámbito religioso es frecuente que la mayoría de los dirigentes están más interesados en su propia ganancia y prestigio que en el cuidado espiritual de los creyentes, de modo que muchos llegan a sentirse como ovejas desamparadas y errantes (Mt 9:36). Especialmente a estos Jesús les dice:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn 10:11)
En las Escrituras, la figura de pastor es muy entrañable porque sugiere el cuidado protector y amoroso que el Señor dispensa a quienes son de su propiedad (Eze 34:11-12; 30-31). Notemos que Jesús no solo se declara como el pastor, sino como “el buen pastor”; y es interesante saber que la palabra griega traducida para “buen”, además de bueno denota lo verdadero y hermoso [1] ; así, cuando se piensa en Jesús como el Buen Pastor, además de eficiencia y seguridad, se contemplan cualidades como el amor, la ternura y la paciencia; cualidades que conforman una personalidad tan atrayente como para que sus ovejas le sigan allá donde él vaya.
Tan grande y verdadero es el amor de Jesús por sus ovejas que da su vida por ellas “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10). La vida abundante es la vida eterna (Ro 5:18), pero también es abundante por su plenitud. Cuando intentamos vivir nuestra propia vida, se nos hace vacía y carente de sentido, pero cuando caminamos con Jesús recibimos una nueva vitalidad y sentimos que empezamos a vivir de verdad.
“Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas”; “y a sus ovejas llama por nombre” (Jn 10:14, 3)
Jesús es el buen pastor que se interesa por sus ovejas; pero no ve a cada oveja como una más del rebaño, sino que las conoce y “llama por nombre”, lo que quiere decir que tiene un conocimiento íntimo de cada una de ellas [2] . David, una de las ovejas de Dios (Sl 23:1), describe así el conocimiento que Dios tenía de él: “Señor, tú me has examinado y me conoces; tú conoces todas mis acciones; aun de lejos te das cuenta de lo que pienso. Sabes todas mis andanzas, ¡sabes todo lo que hago! Aún no tengo la palabra en la lengua, y tú, Señor, ya la conoces” (Sl 139:1-4).
De modo que Jesús conoce nuestro historial y circunstancias personales de cada uno de nosotros, incluso nuestros pensamientos y motivaciones más profundas, algo que otros no ven. Y precisamente este conocimiento profundo es lo que le permite saber cuáles son sus ovejas y cuáles no. Pablo es un buen ejemplo de ello. Antes de su conversión, todos los cristianos veían a Pablo como un temible perseguidor, pero Jesús sabía que en el fondo era una de sus ovejas; por eso se manifestó directamente a él, haciéndole un fiel instrumento para dar a conocer su nombre (Hch 9). Con razón Pablo pudo decir: “El Señor conoce a los que son suyos” (2 Ti 2:19). Ese es el conocimiento que Jesús tiene de sus ovejas. Pero ¿cómo saber si somos conocidos por Dios?
“el que ama a Dios es conocido por él” (1 Co 8:3)
Dios conoce a quien le ama, pero ese amor solo es real si hacemos la voluntad de Dios. En contraste están los que se les llena la boca de alabanzas, pero no Le obedecen. A estos el Señor les dice expresamente: “Nunca os conocí” (Mt 7:21-23). Para que el Señor nos conozca por nombre hemos de estar en una buena relación con Dios, una relación de amor obediente.
“las mías me conocen”, “y oirán mi voz” (Jn 10:14-15)
Hay un conocimiento mutuo entre el pastor y sus ovejas. Las ovejas de Dios poseen un instinto espiritual que les lleva a reconocer al Buen Pastor. Al escuchar Su voz se sienten tan atraídas que, entusiasmadas corren a Él y le siguen allá donde vaya. Comen y beben de sus dichos, que para ellas son como música a los oídos. Saben que su pastor es “manso y humilde de corazón” y que al estar bajo su dirección son liberadas de pesadas cargas, ‘hallando descanso para sus almas’ (Mt 11:28-30). Les cautiva el interés personal que siente por todas ellas, de modo que cuando una se pierde, concentra en ella su atención y va en su búsqueda, y “cuando la encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros” (Lu 15:5). Así de tierno es el amor que nuestro Pastor siente por cada una de sus ovejas, no solo la busca, sino que, al encontrarla fatigada, la coge y la trae sobre sus hombros. No es de extrañar que sus ovejas confíen tanto en Él y que hagan suyas las palabras de la oveja David cuando dijo: “El Señor es mi pastor; nada me faltará” (Sl 23:1).
“y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn 10:4)
Cuando Jesús habla de conocerle, no se refiere simplemente a conocer información referente a él. Conocer a nuestro Buen Pastor Jesús implica sobre todo tener una relación personal con él, algo que se evidencia cuando seguimos su ejemplo y enseñanzas. Solo podemos contarnos entre sus ovejas cuando le seguimos obedientemente y tratamos de imitarle, cuando dejamos que dirija nuestra vida. De no ser así, necesitamos volvernos hacia Él.
“les dio a unos la capacidad […] de ser pastores” (Ef 4:11)
En las Escrituras también se habla de pastores humanos. Jesús pidió a Pedro que pastoreara de sus ovejas (Jn 21:15-17), y después dio a unos la capacidad de ser “pastores y maestros” para preparar “a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, y alcancemos la edad adulta, que corresponde a la plena madurez de Cristo” (Ef 4:11-13). Es importante notar que los pastores dados por Cristo básicamente están para edificar a sus hermanos en el conocimiento de Jesús hasta que alcancen la madurez cristiana; por lo que, una vez se alcanza la madurez en Cristo la figura del pastor humano ya no es tan necesaria, ya que el creyente es perfectamente capaz de vivir por sí solo en una permanente relación con Dios. Ahora bien ¿Cómo identificar a quienes se ofrecen a pastorean para Cristo? La Biblia presenta algunas de sus características:
Los pastores en Cristo ‘se desvelan por el bien de sus hermanos, sabiéndose responsables de ellos’ (Heb 13:17); es decir, tienen interés sincero por sus hermanos. Siguen el ejemplo de Jesús y no pretenden que las ovejas del Señor le sirvan, sino que muestran “un gran deseo de servir” (1 Pe 5:2). Hablan “la palabra de Dios” (Heb 13:7), ‘enseñando a obedecer todo lo que Jesús ha mandado’ (Mt 24:20), tanto en palabra y sobre todo “siendo de corazón ejemplo para el Rebaño” (1 Pe 5:3). De ningún modo se aprovechan de las ovejas de Dios ambicionando “ganancia deshonesta”, pues tienen la actitud paternal del apóstol Pablo cuando dijo: “no os seré una carga, pues no busco lo que es vuestro, sino a vosotros” (2 Co 12:14). Tienen muy claro que ‘las personas que Dios ha dejado a su cargo no son suyas, sino que pertenecen a Dios’ (1 Pe 5:2); por lo tanto, no pretenden “dominar a los que les han sido encomendados” (1 Pe 5:3), recordando lo que Jesús dijo: "Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros” (Mt 20:25-26). Lejos de querer poseer un número creciente de feligreses a quienes exigirles total sumisión, son muy conscientes que su función se limita a llevar las “ovejas descarriadas” a Jesús, el “pastor y guardián” de sus almas (1 Pe 2:25). Por eso, no buscan ni esperan la gloria de hombres, porque saben que, “cuando regrese Cristo, que es el Pastor principal”, “recibirán un maravilloso premio que durará para siempre” (1 Pe 5:4).
Hay muchos pastores cuyo modo de actuar difiere bastante con lo descrito anteriormente. Estos son sospechosos de ser calificados como ‘pastores asalariados que no tienen cuidado de las ovejas’ (Jn 10:12-13), o peor aún, de ‘ladrones y salteadores que no entran por la puerta de las ovejas’, que es Jesucristo (Jn 10:1, 7). Por eso, cada uno debe discernir quién le está pastoreando y a dónde le lleva, si de verdad es Jesucristo quien le está hablando a través del mensaje que recibe, o más bien se trata de la voz de un “extraño” del cual debemos huir (Jn 10:5).
Siempre recordemos que Jesús es el Buen Pastor que conoce y se interesa en cada una de sus ovejas. Si queremos ser una de ellas, debemos aprender a distinguir Su voz de otras voces que no son auténticas. Por eso es tan importante un acercamiento personal al Evangelio, un conocimiento de primera mano que nos permita reconocer la voz de “nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas” (Heb 13:20)
NOTAS
[1] La palabra kalós que se traduce por buen y bueno denota aquello que es intrínsecamente bueno, y, así, hermoso, honroso. (Diccionario Expositivo Vine)
[2] Según un diccionario, en la época bíblica se atribuía al nombre una considerable importancia, habiendo una relación directa entre el nombre y la persona o cosa nombrada; y expresando la personalidad hasta tal punto que el conocimiento del nombre de alguien implica conocerlo íntimamente. Por ejemplo, cuando Dios dice a Moisés: “Yo te he conocido por tu nombre” (Éxodo 33:12 RVR60), quiere decir que lo conoció íntimamente.
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