viernes, 7 de septiembre de 2018

Conocer a Dios por Su Palabra

Aunque la creación natural es una fuente inagotable de información sobre nuestro Creador, la Palabra de Dios, la Biblia, es el libro que contiene un testimonio único e indispensable para avanzar en nuestro conocimiento de Dios, un conocimiento que nos transmite al describir explícitamente Sus atributos y cualidades; cuando expone Sus propósitos para con la humanidad; en el significado de Sus mandamientos, estatutos y leyes; en Su trato personal con hombres y mujeres; y muy especialmente, cuando se revela a sí mismo en la persona de Jesucristo. Todo esto y más, convierte a la Biblia en un libro lleno de información concerniente a Dios.

Por supuesto, podemos abordar la Biblia por distintos motivos muy legítimos: interés histórico, sus sabios consejos, para entender el presente y vislumbrar el futuro, etc.; pero sin duda, la mejor motivación para leer la Biblia es querer conocer mejor a Dios y sus caminos, porque así estaremos realizándonos satisfactoriamente como criaturas humanas, encontrando y culminando nuestro propósito más vital; y porque, como dice la misma Biblia: ‘si lo buscamos Él se dejará encontrar’ (1 Crónicas 28:9) y si ‘nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros’ (Santiago 4:8) Así, conocer a Dios es acercarnos a Él. No hay recompensa mejor que saber que el Ser Supremo del universo se deje encontrar y se acerque a nosotros. Sin duda, este es el mejor incentivo para buscarlo a través del estudio de Su palabra, un estudio que será especialmente efectivo si nos valemos de estos refuerzos:

Una biblia sencilla. Se recomienda utilizar una traducción bíblica que facilite la rápida compresión de los relatos bíblicos. En español tenemos algunas, como por ejemplo: Dios Habla Hoy o Traducción en Lenguaje Actual. En este tipo de versiones la lectura gana en fluidez y compresión. Por contra, a veces no armonizan del todo con el texto original; pero para el propósito que nos concierne, que es conocer mejor a Dios, es preferible leer una versión que transmita en palabras contemporáneas la idea de cada pasaje. De todos modos, si necesitemos contrastar alguna expresión bíblica, conviene tener a mano una traducción más literal, más ajustada al texto original.

Meditar. Para conocer a Dios, necesitamos meditar en Su palabra, porque la continua reflexión nos permitirá adentrarnos en el conocimiento de Él; de hecho, la misma Biblia nos anima a meditar cuando leemos: “Dichoso el hombre […] que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella”, o: “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella” (Salmo 1:1-2; 119:97) Por eso, al terminar de leer un relato, es bueno parar y preguntarnos: ¿Qué me revela esto sobre Dios? ¿Me ayuda a conocer algún rasgo de sus atributos o carácter? Responder a estas preguntas nos ayudará mucho a comprender y recordar lo que leemos en la Biblia.

Sobre todo orar. Si a raíz de nuestra lectura bíblica nos surgen preguntas sobre cómo es Dios, lo mejor que podemos hacer es preguntar ¿A quién? Al Autor de la Biblia. Esta es una posibilidad extraordinaria que solo sucede al leer la Biblia, porque es el único libro donde su autor siempre está presente y dispuesto a escucharnos. Por eso, antes de leer la Biblia oremos a Dios y pidamos Su espíritu para comprender y apreciar lo que nos está diciendo sobre Él. Pensemos que es la voluntad de Dios que le conozcamos, y por eso, si le pedimos, hemos de confiar que nos dará “espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de El” (Efesios 1:17)

No hay conocimiento más interesante, maravilloso y gratificador que el que resulta de nuestro Creador, el Ser Supremo; por eso vale la pena todo el tiempo y atención que podamos emplear, atendiendo estas palabras del apóstol Pablo: “que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10)




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