Al leer las epístolas de Pablo, llama la atención que Pablo no tiene reparos en recordar una y otra vez su etapa como perseguidor de la iglesia de Cristo (Hechos 8.3; 1 Corintios 15.9; Gálatas 1.13 y 1 Timoteo 1.13) ¿Qué le motivaba a recordar repetidamente esos pecados? Conociendo a Pablo, podemos intuir que lo hacía al menos por algunas de estas razones:
Rememorar el sentimiento de indignación por ese pecado, le ayudaba a guardarse del orgullo. Le hacía sentir un profundo agradecimiento por quien tanto le perdonó; lo cual irresistiblemente se traducía en su amor creciente por Cristo, un amor que buscaba formas de expresarlo en su forma de vivir y servir. Finalmente, utilizaba su pecado como testimonio animador para otros (1 Timoteo 1:16) Aunque Pablo sabía muy bien que había sido perdonado, él no quería olvidar su pecado, no porque estuviera obsesionado, sino porque de esa manera perpetuaba en su corazón el gran amor que Cristo sentía por él.
Todos podemos extraer esos beneficios al recordar aquellos pecados que por su naturaleza y gravedad podrían hacernos sentir indignos de ser llamados cristianos. Si hemos tenido sincero arrepentimiento, hemos de estar seguros del perdón de Dios mediante la sangre redentora de Cristo. Pero es bueno que de vez en cuando traigamos nuestro pecado a la memoria. Es la mejor forma de recordar y agradecer en lo profundo de nuestro corazón la gracia de Dios de la que hemos sido objetos. Es una excelente manera de permanecer agradecidos a Cristo, y que esta gratitud genere amor por Él. Un amor que nos mueva a conocerle y obedecerle. Todo esto es posible cuando de manera humilde y sincera recordamos nuestro pecado.
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